
Bailábamos hasta la madrugada. La tomaba en mis brazos y era como meter la mano en una autopista. Pero cerraba los ojos y sentía como en el 74, cuando en las madrugadas del Rancho Criollo se me subía su alma a la cabeza y a mi cuerpo le tardaba el suyo, y con cuatro copas y al amanecer, íbamos al cementerio a echarle pan a los muertos.