martes

UNA CANCION DE BECAUD

Fue una canción de Becaud la que hace veinte años me ayudó a decirle a Ana que estábamos hechos el uno para el otro y que era por nuestros hijos por quien preguntaban mis sueños. Bailamos un buen rato. La voz de Becaud era viento a favor y en la boca de Ana ocurrió mi boca. Me sentí feliz aquella noche. No necesitaba nada. La tenía a ella entre mis brazos y sabía que mientras sonase la música, sería sólo mía esa media hora de eternidad con la que sueña un hombre cuando está tan cansado que caería de rodillas si se posase una mariposa en el ala de su sombrero. Ana me transmitía ese extraño fuego que no quema, el fuego del cuerpo, el llevadero calor de la sangre, suave fuego del grifo. "Me siento a gusto, contigo -le dije-, y es como si mi maldito corazón estrenase corbata". ¡Dios!, me hubiese mudado a vivir con ella en el fuelle entre dos vagones de un tren sin ojos.